2 sept 2012

El fin del curriculum


Durante este tiempo de la Gran Depresión acaban muchas cosas. Algunas de manera irreversible. Una de ellas es el Curriculum Vitae, ese informe de trayectorias laborales y profesionales para el que se seguía utilizando el clásico latín, o simplemente sus siglas: CV, en una extrañísima excepción lingüística. Cuanto mayor es el número de los mismos que circulan, más reducida parece su validez, en una especie de devaluación acelerada. Son enviados o entregados a las empresas por los desempleados o por trabajadores que buscan cambiar de aires laborales. Es más, los primeros compiten entre sí por el número de CV entregados o enviados. Cientos. Hasta alguno presumía de haber superado los mil, en una carrera que parecía más la del CV en sí mismo que la destinada a la obtención de un empleo. Tal vez porque así muestran su esfuerzo para superar la situación o para ganarse la justicia social. Al fin y al cabo, como dicen las estadísticas oficiales, un parado es el que, estando sin empleo, lo busca. La paradoja es que se parece más parado cuanto más se busca empleo, cuantos más CV se hayan remitido.


El CV tiene vida en sí mismo, más allá de su función. Una sociedad individualista y en una competencia profesional abierta a todos los confines del mundo, ha hecho del CV un mensaje de identidad. El mensaje de la identidad. Hasta se enseña su diseño en las escuelas, como si fuera un conocimiento básico, imprescindible para vivir, como leer o multiplicar. Ahora bien, como ocurre con otras muchas cosas, cuando entran en las escuelas es porque ya están muertas, porque son inútiles.
Para el desempleado o el trabajador que sentía falta de reconocimiento en su puesto de trabajo, un grito que reclamaba su existencia: ¡aquí estoy! Era su identidad en busca de salvador. Una identidad con aire de SOS.
Los individuos se muestran como tales en ese relato estructurado entre la experiencia formativa y la experiencia laboral o profesional con algunas gotas de experiencias afectivas o familiares, según las versiones y el estilo. Un relato que se escribe con esmero, adaptándolo a cada receptor, como concreción de tácticas que buscan la máxima eficiencia: el logro del puesto de trabajo o del proyecto. De aquí que, dada su factura próxima a lo artesanal, el mérito que se fundamenta al nombrar la acumulación de veces que se había llevado a cabo.
Cada nuevo paso en la trayectoria, una modificación del CV, como si le diese luz. Un renacer del CV. La lucha por la obtención de esos pasos, por la introducción de nuevas líneas, se hace agotadora: búsqueda de reconocimientos y certificados de buena conducta profesional aquí y allá, acumulación de horas de formación, cuanto más prestigiosas mejor, etc. El CV ha de estar siempre a punto. Bien engrasado. Y, sobre todo, personalizado desde su emisor, el protagonista del mismo.
Todo esto tenía algún sentido. Hasta que el CV y todos los antecedentes han empezado a estar disponibles en internet. Lo que ha dicho o hecho cualquiera, allí está registrado, a la vista de cualquiera: las apariciones públicas, las expresiones en blogs, las manifestaciones en redes sociales. Ya no es necesaria la formulación de la solicitud. Mediadores hacen la preselección para empresas contratantes, a partir de los datos digitalmente registrados. Tal vez establecen algún contacto con la persona interesada, si el perfil les es interesante, para ahondar en alguna información, atar algún cabo.
El CV ha dejado paso a la MDTP (memoria digital total de la persona). Este informe elaborado profesionalmente ha pasado a ser el relato del sujeto, aun cuando ya no ha sido escrito por él. Es más, buena parte del mismo se construye con materia prima informativa de la que el propio afectado es ajeno.
Si el CV es personal, la MDTP es colectiva. Ello a pesar de su nombre o, más bien, llevaba ese nombre porque no era realmente personal, como tantas otras cosas que se llaman de una manera para superar una carencia. El CV se impregna de los recuerdos, esfuerzos y deseos del sujeto. En cierta forma, lo que quiso ser y lo que quiere ser; mientras que la MDTP es coral y dialógica. Está formada por lo que el sujeto ha hecho y dicho, pero, también, por lo que otros han comentado sobre sus éxitos y fracasos, o, simplemente, sobre sus opiniones, los comentarios sobre un comentario y su capacidad de respuesta. Desde este punto de vista, la MDTP es dialógica, formada por diálogos-en-el-trayecto-vital. Además, es coral porque da información de las relaciones de la persona, de su red social de su trayectoria relacional, sobre quién tiene cerca y quien tiene lejos. Nuestra identidad se constituye así como fruto de los medios de comunicación.
El CV se quedó en lo unidimensional frente al potencial holográfico de la MDTP para las empresas de selección de personal. Los desempleados en busca de empleo ya sufrieron es propias carnes la baja eficacia del CV: enviaban cientos sin respuesta. Con su sustituto, la MDTP, no hace falta estar desempleado, ni buscar empleo, para estar en el ojo de la selección, aun cuando sea para ser repetidamente rechazado. Con la ventaja añadida que, jugando a ser inconsciente, puede ignorarse la exclusión.